Juan Ramón Jiménez,
acogía en su mesa
en el Café Gijón.
Bullían las mentes
genios estrafalarios
que no se perdían
en la falacia.
Versos
un hombre
de chaqueta y barba,
escribía:
"¡Ay que torno a la llama
que soy otra vez lengua viva!"
"Conciencia en pleamar y pleacielo,
en pleadios, en éstasis obrante universal."
Abrió su círculo a aquel pastor poeta
humilde, le brindó las sillas de la mesa.
Mientras, en otros grupos, se mofaban por su naturaleza.
Habló a Miguel Hernández.
Era envidia, de la madera presentida
de la escritura a la sombra del almendro
que sí supo intuir el equilibrio
del hemisferio derecho
de Juan Ramón.